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Aún cuando es difícil predecir un próximo evento de gran magnitud en la Ciudad, sí es posible controlar la manera en que responderemos ante estos desafíos. Si bien, una ciudad resiliente puede mantener sus funciones esenciales y recuperarse de manera rápida y eficaz ante un desastre, al trabajar en construirla se alcanzan varios beneficios, como:


  • Fortalecer las capacidades estatales en materia de prevención de riesgo con una perspectiva regional.
  • Mejorar la calidad de vida humana al disminuir la contaminación a nivel regional.
    Sensibilizar a la población sobre el verdadero valor del agua.
  • Fomentar la recuperación de las cuencas que abastecen de agua a la Ciudad.
  • La identificación de vulnerabilidades, permitirá hacer un plan de gestión de riesgos.
  • Mejorar la accesibilidad a los servicios con viviendas conectadas a la red de transporte y a las fuentes de empleo.
  • Preservar los servicios ambientales que se generan en el Suelo de Conservación.
  • Reducir el crecimiento urbano en áreas de alto riesgo, como laderas donde hay un alto riesgo de deslaves y por consecuente la gente está en peligro de perder sus casas o hasta la vida.
  • Seguridad para peatones y ciclistas, al mejorarla reducirá el número de heridos y muertes por accidentes viales.
  • Adaptación de la red de transporte público masivo de la ciudad ante impactos asociados con el cambio climático.
  • Consolidar protocolos de respuesta y medidas de mitigación de la red de movilidad de la CDMX en caso de emergencia y desastres.
  • Creación de un sentido de comunidad, para la desigualdad social y mejorar la calidad de vida de los habitantes.
  • Disminuir la inequidad social.






Trabajar en la resiliencia nos permite construir el futuro de la Ciudad de tal manera que nos podamos adaptar a los nuevos retos que se presentarán en el siglo XXI, y transformarlos en oportunidades de crecimiento y desarrollo para todos.