Porque apagar y lanzar no es la solución

26 Mayo 2020 Separación de residuos 1481
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Es de mañana y el viento sopla en nuestras mejillas, un señor prende su cigarro matutino para calentarse. Paso a paso avanza el día y con él las tareas que deben entregarse: reportes laborales, ensayos, reuniones, entregas de paquetería, solicitudes; el tiempo va de prisa y para aminorar el estrés o calmar la ansiedad, algunos encienden uno a uno los soldadillos blanquecinos de la cajetilla. Otros no necesitan atravesar estas emociones para sacar fuego, lo hacen por gusto, por el placer de saborear lo ahumado en sus gargantas.

¿Qué sucede una vez que apagan su cigarro? Vuelven a la carrera. ¿Y las colillas? Normalmente las botan sin darles sepultura y sin conocer las repercusiones ambientales que surgen de este “pequeño acto”. 

En el mundo, de acuerdo con datos de National Geographic, los fumadores compran alrededor de 6,5 billones de cigarros al año, quiere decir que 18 mil millones de cigarros son consumidos al día. De ellos, sabemos que hay billones de colillas o filtros que no son desechados correctamente, pues sólo una tercera parte va a dar en la basura, mientras que el resto deambula en las calles, en las coladeras o en parques y zonas naturales.

La acción de apagar y lanzar se ha vuelto automática y, ¡esto debe cambiar! Al desechar los filtros de los cigarros estamos lanzando al medio ambiente: plástico, nicotina y alquitrán, también metales pesados (plomo, arsénico y cianuro) y otros químicos, lo que genera impactos negativos en los ecosistemas por los altos niveles de contaminación en áreas naturales, aguas y aire. Además, de acuerdo a estudios recientes, las colillas inhiben el crecimiento de las plantas.

Debemos considerar que los filtros tardan hasta 10 años en degradarse, mientras tanto  se siguen prendiendo más cigarros, se desechan más colillas y, por tanto, más años de degradación y más contaminación. 

La mayoría de estos materiales, al tomar la ruta acuática por medio de las alcantarillas, terminan en los océanos. En las jornadas de limpieza organizadas en las playas se ha encontrado que, después de los plásticos, las colillas son los residuos que predominan en las colectas. Se les encuentra enterrados en la arena, pero otros tantos llegaron al mar convirtiéndose en uno más  de los peligros para las especies marinas al confundirlas con su alimento.


Si bien, el número de fumadores y cajetillas no da señales de disminuir, pueden realizarse acciones que prevengan mayores daños al planeta. Dejar el hábito de “apagar y lanzar” para convertirlo en “apagar y desechar” puede ser un gran paso para colaborar con el cuidado del medio ambiente. Tal vez no hay contenedores o botes cerca, pero podemos guardarlos hasta encontrar una sepultura adecuada a nuestra colilla y que el duelo no sea el del planeta.



Fuente:

Las colillas de cigarrillos también significan contaminación plástica tóxica, consultado en National Geographic en línea:
www.nationalgeographicla.com/medio-ambiente/2019/08/las-colillas-de-cigarrillos-tambien-significan-contaminacion-plastica-toxica


 

Modificado por última vez en Jueves, 03 Octubre 2024 15:01

La biodiversidad al servicio de nuestra salud

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En estos tiempos de contingencia sanitaria, ¿quién piensa en el medio ambiente y en el resto de los seres vivos que habitan el planeta? Vemos en las noticias que en las playas de nuestro país como las de Acapulco, en las que normalmente se llenan de gente en temporada vacacional, ¡se han visto ballenas! Este magnífico mamífero que al sentirse amenazado por la especie humana, había dejado de visitar estas playas.

Y esto no solo ocurre en México. En otros países, al disminuir la presencia humana en espacios urbanos, carreteras y sitios turísticos, la biodiversidad ha aprovechado para volver a hacerse presente. Elefantes en las carreteras, cocodrilos en playas y calles, lobos marinos, aves de diferentes especies, todos ellos se toman un respiro y se sienten más libres que nunca ahora que su amenaza más grande está guardada en casa.

Es momento de reflexionar y de notar que el planeta no nos pertenece, que lo compartimos con otros seres vivos capaces de sentir como nosotros. Entendamos que plantas, animales, insectos, hongos y todas las formas de vida, incluidos nosotros, jugamos un papel muy importante en el mantenimiento de la salud de los ecosistemas que habitamos y de los cuales nos beneficiamos de muchas formas. 

Algo que pocos saben y que muchos no se imaginan si quiera, es que la salud de los ecosistemas y su biodiversidad se refleja en la salud humana. ¿Cómo puede ser esto posible? La diversidad de especies dificulta la propagación de agentes patógenos1, porque al cumplir con su función biológica específica y natural, mantiene saludable a este sistema que llamamos “naturaleza”.

Mientras que, actividades humanas como la extracción de especies exóticas de su hábitat natural, la compra ilegal de éstas, así como todas aquellas actividades que ponen en riesgo el equilibrio del ecosistema, facilitan la propagación de enfermedades causadas por todo tipo de agentes patógenos, como es el caso del coronavirus.

Todos somos parte de ese sistema, somos eslabones de una gran cadena que, entre más larga y diversa, más salud y equilibrio brinda a sus integrantes, pero si un eslabón se rompe,ten por seguro que todos sufriremos las consecuencias, como lo estamos haciendo ahora, no solo por el coronavirus, sino por el cambio climático que año con año se hace más presente y que pone en riesgo la vida de muchas personas y especies biológicas. Unos cuantos días de parón en la actividad humana y la nobleza de la naturaleza nos muestra el papel desequilibrante que jugamos. ¿Necesitamos realmente una pandemia para descubrir nuestra responsabilidad?

No nos hagamos de la vista gorda, sabemos que los humanos nos hemos jaloneado mutuamente en busca del propio beneficio y hemos roto varios eslabones de la cadena, pero no todo está perdido. Aprovechemos este tiempo en el que el mundo se paró y veamos que aún estamos a tiempo de decidir qué tipo de eslabón queremos ser: el que rompe su relación con su alrededor o el que se sostiene y busca vivir en armonía con la biodiversidad.



Coronavirus: un mensaje de la Naturaleza. www.unenvironment.org/es/noticias-y-reportajes/video/coronavirus-un-mensaje-de-la-naturaleza

 

Un viaje sin maletas

12 Mayo 2020 Biodiversidad 961
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Viajar siempre es una experiencia emocionante que también implica tiempo en su planeación, sobretodo si será un viaje largo. Debemos contemplar el destino al que llegaremos, el medio que utilizaremos, quiénes o cuántos viajarán, boletos, papeles, reservaciones; y unos días antes, hacer maletas y alistar nuestras pertenencias.

Ahora, imagina que, al menos, debes hacer dos largos y extenuantes viajes en el año. ¿Agotador, no? Pues bien, esta situación la enfrentan las aves migratorias. Pero ellas no compran boletos ni hacen maletas; su preparación consiste en alimentarse de forma abundante, incluso algunas aves llegan a engordar, pues consumen enormes cantidades de alimento rico en proteínas y energía para aguantar los recorridos aéreos.

En el mundo existen cerca de nueve mil 917 variedades de aves, es el grupo de vertebrados terrestres con mayor cantidad de especies y en México residen mil cien especies, de las cuales 370 se encuentran en alguna categoría de riesgo de acuerdo con  la Norma Oficial Mexicana.

 

En el margen de los números, más de la tercera parte son viajeras consagradas. Por lo menos,  hay cuatro tipos generales de especies migratorias en México. Existen las residentes de invierno, especies que se reproducen en Alaska, Canadá, parte de Estados Unidos y México, y pasan el invierno en tierras sureñas: Ciudad de México, Chiapas, Guatemala y El Salvador. Un ejemplo de estos viajeros es el pato Chalcuán, proveniente de Norteamérica, pero en invierno llega al Parque Ecológico Xochimilco (PEX) y a la ciénega de Tláhuac.

 

También encontramos a las residentes de verano, ellas se reproducen en México y deciden pasar un poco más al sur la fría estación del año. Entre ellas localizamos al Verdín Amarillo, quien se reproduce en zonas desérticas como Sonora, pero migra al PEX o a las chinampas de Xochimilco.

 

¡Ah! También existen dos categorías más: transeúntes o de paso y las migratorias con poblaciones residentes. Las primeras se reproducen al norte de las tierras mexicanas y se desplazan hacia el centro y sur del continente americano, uno de ellos es el Águila Pescadora a quien se le puede encontrar en la Ciénega de Tláhuac o en el PEX, así como la Calandrita con avistamientos en el Jardín Botánico de la UNAM o en Parque México. Las segundas se refieren a especies que migran, pero que también tiene poblaciones que deciden “quedarse en casa”, el Verdemar o Colibrí oreja violeta es un ejemplo de esta categoría y se le puede observar en las zonas de Milpa Alta o en el Ajusco.

 

En la Ciudad de México habitan 271 especies, de ellas 145 son las más abundantes y 126 se consideran raras, puesto que son muy escasos sus avistamientos. De los números mencionados, ¡sólo 19 son endémicas de México! Entre ellas encontramos a la Matraca barrada, endémica de la Faja Volcánica Transmexicana, y al Carpintero de Strickland, propio de las montañas de la Cuenca de México.

 

La región con mayor riqueza de avifauna son los humedales del PEX y en la Ciénega de Tláhuac con 229 especies, particularmente 89 acuáticas, entre las que encontramos patos, garzas, chorlos, playeros e, incluso, pelícanos.

 

En las regiones de parques y jardines urbanos, el número de especies es significativo ya que reúne el 47.6% del total de registro de la ciudad; quiere decir que: ¡en estos lugares se distribuyen alrededor de 128 especies! Dentro de esta categoría se consideran al Bosque de Tlalpan, el Jardín Botánico de la UNAM, el Pedregal de San Ángel, así como Chapultepec y Aragón. Así que ya sabes a dónde ir para admirar tantas aves como puedas.

 

Si deseas meditar sobre otra de las cualidades de las aves, te invitamos a visitar la página de Sedema “Así suena la Ciudad de México” (http://189.240.89.18:9000/pajaros/endemicas.html), donde podrás escuchar el canto de algunas aves endémicas de la ciudad.

Debido a los aleteos constantes y extenuantes que realizan, como en todo viaje, necesitan hacer paradas para alimentarse, descansar y retomar el vuelo. Incluso las aves deben contemplar en sus recorridos los posibles riesgos, ¿te has puesto a pensar qué obstáculos atraviesan en sus viajes? En sus vuelos se topan con antenas, edificios, cables, atraviesan tormentas, huracanes y vientos fuertes. Si seguimos interviniendo en sus ecosistemas al talar árboles y alterar los ciclos climáticos, sus hogares (entre ellos bosques y humedales, principalmente) se irán fragmentando cada vez más hasta desaparecer, por ende, al no tener a dónde llegar, sus poblaciones comenzarán a disminuir.

 

Las aves vuelan miles de kilómetros y cumplen papeles ecológicos específicos en las regiones que van habitando: ayudan a diseminar las semillas, polinizan y esparcen semillas mediante sus heces, controlan plagas y, algunas, son alimentos de algunas especies. Es vital cuidar su hábitat y los espacios a los que llegan durante sus migraciones. Seguro que cuando viajas, disfrutas y agradeces llegar a un lugar hermoso, con comida y bebida suficiente y donde puedas convivir con otras personas. Debemos procurar lo mismo para nuestras visitantes.

 

Fuentes:

Enríquez, Paula L. El largo viaje de las aves migrantes, consultado en Conacyt, en línea: https://centrosconacyt.mx/objeto/el-largo-viaje-de-las-aves-migrantes/

 

Uribe Lara, Laura E. Las aves migratorias en México, consultado en Naturalista, en línea: https://www.naturalista.mx/posts/3687-las-aves-migratorias-en-mexico

La ciudad de México y sus incendios forestales

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La Ciudad de México ocupa el segundo lugar nacional en cuanto al número de incendios forestales. Durante la temporada 2020 se han registrado ya 358.  Esto afecta tanto a las especies animales y vegetales que viven en suelo de conservación como a la calidad del aire de toda la zona metropolitana. La ciudad no solo es el espacio conformado por los suelos de concreto y asfalto, también posee un enorme y rico territorio conocido como suelo de conservación, conformado por regiones de alta biodiversidad enmarcada en su mayoría con bosques de pino y encino,  zonas de pedregal, así como por tierras de comunidades agrícolas.

El suelo de conservación ocupa más de la mitad (59%) de la extensión total de la ciudad (cuestión que la mayoría de los citadinos no sabemos !) y los beneficios ambientales que aporta a todas y todos los habitantes no pueden sustituirse; algunos de estos son por ejemplo la recarga del acuífero, de donde obtenemos gran parte del agua que consumimos a diario, la generación de oxígeno, la limpieza de la atmósfera y la regulación del clima, además de proporcionar alimentos animales y vegetales para toda la cuenca.

Durante los meses de diciembre a junio de cada año, la temporada de sequía y la elevada temperatura del ambiente ocasionan que la vegetación se deshidrate y al secarse, quedan listas las condiciones ambientales para que se propague fuego; sin embargo, los incendios forestales no surgen por combustión espontánea, el 99% de los casos son producto de la actividad humana, casi siempre intencional o negligente.

Atrás de los incendios calificados como intencionales están las prácticas ilegales de grupos inmobiliarios de personas con deseos de fincar y de convertir en zona urbana estos suelos de bosque o de pedregal; entre las causas negligentes está el manejo inadecuado del fuego en la agricultura (que ocupan la quema para preparar la siembra de los terrenos), la incineración de basura, las fogatas hechas por visitantes, así como las pequeñas brasas dejadas por los cigarros de los fumadores.


Otras dos causas de incendio con menor incidencia son aquellos provocados por accidentes y por fenómenos naturales, aquí se consideran desde choques de vehículos hasta la caída de rayos eléctricos o erupciones volcánicas; no obstante, los incendios iniciados bajo estas formas son muy poco frecuentes.

Los incendios forestales ocurridos en todo el país durante la actual temporada suman 2,414 (hasta el 23 de abril), de los cuales en la Ciudad de México, como afirmamos más atrás, se han atendido 258 y ocupa el segundo lugar nacional después del estado de México que ha tenido 653; Michoacán es la tercera entidad con mayor número de incendios y lleva 256. El año pasado, tan solo en nuestra ciudad, estos incendios dañaron más de 3,200 hectáreas, equivalentes a más de 8 mil campos de fútbol; se trata de verdaderos desastres ambientales cuya afectación rebasa su territorio, por lo que afecta gravemente la calidad del aire de colonias alejadas del suelo de conservación y que aparentemente están muy alejadas de los incendios.

En el humo que respiramos, como consecuencia de estos incendios, existen fragmentos de ceniza y hollín provenientes de la combustión de pastizales, arbustos y materia orgánica seca. A estas partículas se les conocen como PM10, su medida es diez micras, equivalente a la quinta parte del ancho de un cabello humano. Cuando se concentran en el aire irritan las mucosas en ojos, nariz y garganta, así como los tejidos internos del sistema respiratorio, esto afecta la salud en general y pone en condición de riesgo la vida de personas vulnerables. 

Para prevenir incendios, además de la vigilancia y campañas de concientización que emprende el gobierno de la ciudad (para que la población extreme precauciones en el manejo de fuego), está el trabajo preventivo que a lo largo del año se realiza con la participación de las mismas comunidades agrícolas y pueblos para hacer saneamiento de los bosques al retirar vegetación muerta, así como abrir brechas cortafuego (caminos al interior de los bosques y pastizales para dejarlos libres de vegetación, lo que evita que el fuego avance). Para el combate de los incendios se cuenta además con toda una organización que vigila física y satelitalmente los territorios, así como la participación de 2,000 combatientes (mujeres y hombres) ubicados en distintos campamentos o, incluso, voluntarios previamente capacitados y con residencia en las mismas comunidades. 

Adicionalmente y como forma de prevenir daños a la salud, está el Sistema de Monitoreo Atmosférico de la zona metropolitana que considera de forma permanente, entre otros datos, a las mediciones de partículas PM10; con ello podemos saber que tan afectada está la calidad de aire. Estas mediciones son la base para declarar contingencias ambientales en caso de que se rebase los niveles permitidos.

Actualmente se está diseñando un Programa de Promoción de las Áreas Naturales Protegidas de la ciudad, son el fin de entender a la protección como algo dinámico, es decir, como la apertura a que las comunidades colindantes y aún lejanas en la urbe, conozcan estas regiones boscosas, las disfruten y en la medida de que vivan la experiencia, las protejan como suyas. Recolección de fondos, reforestación, turismo local, participación ciudadana van orientando la búsqueda. Usted puede conocer cuales son y planear llegar a ellas en este link: sedema.cdmx.gob.mx/programas/programa/areas-naturales-protegidas

Dada la abrumadora incidencia humana como causa de los incendios en territorio de conservación y todas las consecuencias que se desencadenan, es importante que los ciudadanos denuncien a aquellas personas que los provocan de manera intencional, así como procurar ser extremadamente conscientes y responsables en el manejo del fuego al momento de generar fogatas, fumar un cigarrillo o realizar prácticas agrícolas con quema. Seamos responsables y amorosos: Protejamos a quien nos Proteje.

 

¿ Y si le bajamos?

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¿Y si le bajamos


“Se compran: colchones, tambores, refrigeradores, estufas...”, enseguida los perros comienzan a ladrar y aullar sin control. La música de tu vecino está a todo volumen. En la vulcanizadora más cercana reina el sonido del talacheo. Volteas y escuchas el ratatatá de la motocicleta que en su paso deja un camino negro. Se estaciona un auto frente a tu casa mientras hace sonar su claxon como señal de que ha llegado.


La casa de enfrente es succionada por la aspiradora. La vecina le grita a sus hijas que se callen. “¡Hugo!”, grita un adolescente afuera del portón de tres casas a tu derecha. “¡Hugo!”, repite incansablemente mientras alarga el sonido de la ‘o’ y aguarda a que el sujeto en cuestión asome, por lo menos, su cabeza. A la par, la vecina de la esquina tiene cumbias como para que baile toda la colonia.


“¡Pelusa, cállate!”, “¡Pelusa, deja eso!, ¡no lo muerdas!”, le grita una señora a su perro mientras éste ladra incansablemente. “¡Uno cincuenta el litro de clarasol…!” se entremezcla con el “ding, ding, ding” de la campana de la basura y en la calle vecina suena el silbido de los camotes. Luego viene la canción de los helados, las sirenas de las patrullas o ambulancias, los rugidos de los coches al acelerar...  los sonidos incesantes de la ciudad. Cae la noche y la corneta del pan sacia tu apetito. Carcachas surcan los topes y el silbato del velador hace guardia. Al amanecer siguiente, la rutina sonidera se repite. Y así es todos los días. 


¿Qué sentiste al ir leyendo los párrafos anteriores? ¿Qué piensas de esta situación? ¿Tomaste en cuenta que esto sucede en muchos de los rincones de la Ciudad de México? 


Cada año, el último miércoles del mes de abril, ante la necesidad de superar su aparente invisibilidad y reconocerlo como parte del ambiente, se conmemora el Día Internacional de la Conciencia Sobre el Problema del Ruido. Su propósito es promover el cuidado del ambiente acústico, la conservación de la audición y la conciencia sobre las molestias y daños que genera el ruido. 


¿Sabías que el ruido es considerado un agente contaminante con efectos negativos en la salud humana y en el ambiente? Se ha demostrado que el ruido tiene efectos negativos en la audición, la salud y, por lo tanto, en la calidad de vida. Se le relaciona con cambios fisiológicos en el sueño, la presión arterial y la digestión. Incluso han vinculado al ruido con un impacto negativo en el desarrollo del feto.


Aún a niveles no peligrosos para nuestra audición, el ruido puede ocasionar un estado de tensión y de enojo, tal y como quizá sentiste  al inicio de este texto. 


Es verdad que no todos somos igual de ruidosos, pero lo es también que todos hacemos ruido. Por ello, como cualquier contaminante, el ruido debe regularse y controlarse con acciones individuales y colectivas.


Nuestra  principal herramienta para no convertirnos en generadores de contaminación auditiva es ponernos en las orejas del otro: empatía y diálogo.


Así que trabajemos juntos, generemos cambios y bajémosle tres rayitas, por el bien de todas y todos.

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